Archivo | diciembre, 2014

Otro año bloggeando

30 Dic

 

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Sí que son números que emocionan. Sobre todo porque hablan de todos estos momentos, imágenes, ilusiones, eventos, sabores y excursiones que habéis querido compartir con nosotros. Un años más de nuestro blog, un año más intentando haceros partícipes de Sharíqua, de nuestra vida en el campo, de momentos memorables en el pueblo e impresiones de la bonita zona que nos rodea.

Según nuestro «informe wordpress» en 2014 hemos publicado 32 nuevos artículos y 238 imágenes que han sido vistos en 54 países de todo el mundo. El artículo estrella ha sido sobre un producto estrella de Jérica: sobre los «Jericanos» – un dulce típico del pueblo. Aunque fue publicado en 2013. Le siguen otros temas de Jérica como la olla, la fiesta de los calçots, la campanera y la visita de Paco Roca.

Vamos a por otro año, otras historias, otras caminatas, más recetas, eventos, curiosidades.

A propósito: ¡¡¡Este ha sido el post número 300!!! 🙂

¡Gracias por acompañarnos!

Felicidades

27 Dic

Desde Sharíqua os deseamos

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Las ideas no duran mucho. Hay que hacer algo con ellas.
Ideas don’t last long. Something has to be done with them.
Ideen halten nicht ewig. Man muss etwas aus ihnen machen.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)

 

Un gran abrazo,

Anna y Vicente

La Campanera de Jérica

25 Dic
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Vicenta y su madre, igualmente Vicenta, tocando las campanas. Foto: Ayuntamiento

 

A Vicenta no le gustaba hablar. Sin embargo, había un tema que casi la hacía enmudecer y entonces se tardaba mucho en romper el hielo para que ella abriese su maleta de los recuerdos y contara su vida como campanera de Jérica. Y es que hasta su muerte, esta torre campanario -hoy el mejor reclamo de la villa- le emocionaba más que a cualquier otra persona. La razón se encuentra en ese baúl de los recuerdos: Para Vicenta Mompó Aliaga esta torre durante muchísimos años no solo fue su hogar sino también su lugar de trabajo. Durante unos 30 años vivió, hasta bien entrados los años 70, en una vivienda de apenas 15 metros cuadrados y día tras día hacía sonar las campanas del pueblo. Ella era la campanera de Jérica, en aquel entonces una profesión en absoluto común para una mujer. Es más, la palabra “campanera” hasta hoy día no ha logrado entrar en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. 

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Foto antigua de la torre. Fuente: Fotos Antiguas Alto Palancia.

La torre, único monumento de estilo mudéjar de la Comunidad Valenciana, hoy se abre en muy contadas ocasiones al público, se enciende un par de días a la semana como gran emblema del pueblo, pero muy pocos saben de la vida de su campanera. Una vida que, después de haber tenido que abandonar su querida torre, durante largos años transcurrió en una residencia del municipio vecino, Segorbe. Fue su segundo hogar que compartió con su hermana menor Victoria hasta su muerte. Oyendo a las dos hablar de su vida en la torre de Jérica, uno podía llegar a pensar que eran las difíciles condiciones las que a Vicenta le hacían mirar atrás con gran pesar… Pero no fue así.

Su vida en la torre se resumía en: 15 metros cuadrados para una familia de 4 personas – madre, padre, dos hijas- como vivienda diminuta ubicada entre un establo para el cerdo en el primer piso y un almacén de trigo en el tercero. Sin luz ni agua corriente, y un mero agujero como retrete. Para llegar había que subir una estrecha escalera de caracol – 20 escalones hasta la vivienda, otros 30 hasta el lugar de trabajo. Vivir en condiciones es otra cosa. Más aún teniendo en cuenta que Vicenta seguía viviendo así cuando a pocos kilómetros en la costa valenciana ya alborotaba el primer boom turístico.

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Casa-Museo de la antigua familia campanera.

 

Aunque el pulso de la vida en aquellos años 70 para Vicenta fuera totalmente otro, a ella que entonces tenía unos 40 años, no le preocupaba. A ella solo le importaba una cosa: que las campanas sonaran bien y a tiempo. Y justamente ahí se avecinó el problema que aún decenios más tarde le provocaba un nudo en la garganta al recordar aquellos momentos… Y es que después de 30 años de vida en la torre, fue la técnica la que puso fin a su trabajo como campanera. El repique de las campanas se mecanizó y se automatizó. A Vicenta no sólo le tocó el paro, sino también tuvo que abandonar su querida torre. «He llorado durante días», contaba en un encuentro pocos años antes de morir. Cuando las campanas por primera vez sonaban con el único esfuerzo de la técnica y la electricidad, para Vicenta se derrumbó su mundo. «Desde entonces nada fue como era», recordaba con cara seria y unos ojitos redondos llenos de decepción, para acto seguido avisar con tono firme y gesto brusco a su hermana: «Ya hemos hablado bastante, ¡vámonos, Victoria!»

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Vicenta y Victoria en el jardín de la residencia en Segorbe.

 

A Victoria, sin embargo, le encantaba hablar de la torre. Quizás porque sólo fue su casa durante unos pocos años y así le era más fácil permitirse cierta nostalgia. «Con doce años me mandaron como sirvienta a una casa de una señora en Valencia», rememoraba el momento cuando la torre para ella se convirtió en estancia de fin de semana. Hablando señalaba una inmensa foto de la torre sobre su cama. Un regalo de unos vecinos. Vicenta no lo quería ni ver.

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Balcón de lujo con vistas de torre a torreta.

 

Originariamente, recordaba Victoria, su familia había vivido en la parte baja del pueblo. Con el inicio de la guerra civil huyeron a Valencia y cuando volvieron, «de nuestra casa sólo quedaban escombros». En el año 1947 les ofrecieron la torre como hogar, ya que el padre era el campanero del pueblo y, ¿por qué no vivir casa rural shariquadonde ya se trabajaba? Rápidamente la pequeña Vicenta se entusiasmó con el toque de campanas, aprendió el del ángelus, de fiesta, de arrebato, de difuntos… Sabía distinguir entre entierros para hombre, mujer, niño, adulto, rico o pobre. La niña que de pequeña había sufrido una infección cerebral y casi no había acudido a la escuela, había encontrado su pasión. Tanta pasión que cuando su padre Basilio murió nadie dudaba que sería ella la nueva encargada de tocar las campanas y darle cuerda al viejo reloj de la torre.

En la vida cotidiana las campanas se tocaban «cómodamente» desde la cocina donde ya la madre de Vicenta varias veces al día había cambiado la cuchara de cocina por el oficio de campanera. Una larga cuerda que pasaba por unos agujeros atravesando varios pisos lo hacía posible. Sólo para acontecimientos importantes había que subir arriba y en casos concretos poner en marcha hasta la campanacasa rural shariqua «La Mayor». Ocasiones en que Vicenta necesitaba ayuda para poder mover los 2.600 kilos de campana sonando por ejemplo en un «entierro general» de personalidades importantes o jericanos acomodados. «Pero esto pasaba pocas veces», recordaba la anciana, «la mayoría eran pobres y por lo tanto sólo había entierros sencillos.» En estos casos, por siete pesetas Vicenta hacía sonar dos campanas más pequeñas. «Ton-ton-tin-ton.» Sólo cuando alguien le era muy cercano y querido, tiraba un par de veces más del cordón. «Pero en seguida alguien del pueblo se daba cuenta y se quejaron», recordaba y una tímida sonrisa iluminaba su rostro.

De esto ya han pasado unos años en los cuales las campanas también anunciaron la muerte de Vicenta y Victoria. Años en que el «vole», el volteo manual de las campanas, durante las fiestas de Jérica recuerda cómo suenan estos instrumentos musicales cuando se mueven con pasión. Quien en esta ocasión tenga la suerte de echar un vistazo a la antigua vivienda de Vicenta y Victoria – hoy convertida en casa-museo- podrá ver la foto de la primera mujer que en Jérica tocaba las campanas como si le fuera la vida en ello.

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El volteo de campanas durante las fiestas tiene una larga tradición en Jérica. Foto: Ayuntamiento

 

 

 

 

 

3 x 3

18 Dic

teresa_casa rural shariquaTres horas caminando, tres pueblos y un sinfín de impresiones, bonitas vistas y un viaje al pasado. Esto es lo que ofrece el bonito paseo circular entre los pueblos de Teresa, Torás y Bejís, mejor dicho su pedanía Ventas de Bejís. Después de haber disfrutado de la preciosa panorámica de Teresa desde lo alto del pueblo, la caminata arranca por el camino antiguo que une Teresa y Torás, hoy señalizado como PR-63.2. Un camino que lleva por campos de olivos y almendros, obsequia con imponentes enebros y sanísimos quejigos repletos de bellotas. No puede faltar ese campito alejado del pueblo y aparentemente fuera de cualquier camino, donde un agricultor se esfuerza y afronta todo tipo de dificultades para llegar con su tractor y cuidar de unos pocos arbolitos. ¡Qué valor!

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Pronto se ofrecen bonitas vistas a la montaña «fetiche», la Peñaescabia. Poco antes de llegar a Torás se pasa teresa6_casa rural shariquacerca del Refugio Peñarroya del Frente de Levante (1938). Llegando al pueblo, los bares de la Plaza Mayor se prestan para una primera pausa, antes de continuar por el Camino de la Huerta en dirección a Bejís. Tiempo para observar fauna y flora, venerables olivos, majestuosas águilas y diminutos petirrojos, tiempo para disfrutar de las vistas a las montañas.

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Pronto se llega a la orilla del Río Palancia y a otro testigo de tiempos difíciles: un puente roto como monumento como recuerdo de la horrible riada de 1957. Al lado, un sendero local -y el viejo PR-80- bordea la orilla y adentra al caminante en un precioso paisaje fluvial.

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Minutos más tarde aparece Ventas de Bejís, uno de los muchos barrios de Bejís que ha preservado un teresa14_casa rural shariquaambiente de antaño, una enorme tranquilidad y el sabor a la dura vida rural. Vale la pena echar un vistazo al bonito lavadero y unas históricas pilas de piedra a la salida de la aldea. teresa15_casa rural shariqua

La ruta sigue durante un kilómetro por la carretera en dirección a Teresa, para, a la altura de una señal de acotado de pesca, bajar de nuevo al río. Huertas abandonadas, huertas cuidadas, una vieja fábrica de luz, pequeñas casitas en ruina, árboles en modo invierno, arbustos poco antes de quitarse su vestido de otoño. El paisaje impresiona al igual que la panorámica de Teresa, que esta vez aparece desde la llanura del Río Palancia.

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Cuenta atrás

6 Dic

 

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Será un souvenir especial que nuestros huéspedes se llevarán a su casa después de este fin de semana. Sólo: Puede que alguien no sepa muy bien qué hacer con él, ni el porqué ni cuándo este utensilio se introdujo en el mundo mediterráneo. Y no estará sólo. Millones de españoles lo habrán visto alguna vez, quizás incluso lo compraron -puede que ya en octubre- y probablemente lo habrán usado haciendo uso de su fantasía. Hablamos del alter-ddr-weihnachtskalender-1984«Adventskalender» -Calendario de Adviento-, un imprescindible acompañante de la navidad germana con orígenes en la Alemania protestante del siglo XIX. Un invento que hace años irrumpió en la navidad española y dejó desconcertado a más de uno pensando que con los conejos de pascua ya lo había visto todo.

Aunque a primera vista parece raro esconder números y solapitas en un dibujo, tiene su explicación. Tanto hoy como entonces el calendario que abarca desde los números 1 al 24 sirve de ayuda en una importante cuenta atrás: Hacia la Nochebuena – Día de Nacimiento y, según país, Día de Regalos. Sin embargo, el calendario vivió bastantes variaciones hasta convertirse en esta dulce seducción que hoy en día atrae sobre todo a los niños (y los niños grandes).

Por lo visto fueron protestantes alemanes los que pusieron las bases para el invento. Para contar los últimos días hasta navidad pintaban 24 rayas de tiza advent100_01_gren la pared o la puerta que se iban borrando día a día. Los católicos, por su parte, se conformaban con añadir una pajita por día al belén. Mientras esta última tradición difícilmente daba más de sí, las rayas de tiza pronto se convertieron en pequeños cuadros que se colocaban en el salón.

Una idea que le sirvió al editor Gerhard Lang para en 1902 idear el primer Calendario de Adviento impreso: Un cartón, 24 dibujitos para recortar y el mismo número de casillas donde pegarlas. Un éxito. En los años 20 ya había varias imprentas diseñando calendarios con pequeñas puertas detrás de las cuales aparecían dibujos invernales, navideños, cristianos…

kalender

 

La fama llegó en los años 50 cuando el calendario ya se producía de forma industrial y no sólo ofrecía dibujos sino detrás de cada puerta también una figurita de chocolate. Cierto que desde entonces la untitledfabricación a gran escala ha mermado tanto el encanto del diseño de los calendarios con motivos en su día románticos, angelicales, misteriosos y festivos como la calidad del chocolate. Así que no es de extrañar que desde hace años están en auge los calendarios hechos a mano, llenados individualmente y con un toque personal. Como recipiente sirven cajitas, calcetines, botes, saquitos…, de relleno -y según edad- chocolates, caramelos, juguetes, galletas, corbatas, licorcitos, juguetes de mayores… 

Instrucciones para indecisos se encuentran online y en tiendas de bricolaje.

Quien se haya picado y piense en diseñar el calendario más grande o más caro…, debería pensárselo dos veces: El más grande se encuentra en el mercado navideño de Leipzig y mide 857 metros cuadrados. El más sofisticado fue ideado hace cuatro años en Holanda: En 24 tubitos de cristal se esconden el mismo número de diamantes con un valor de unos 2,5 millones de euros. Evidentemente nada que ver con rayas de tiza en la pared.