Quién no sueña de vez en cuando con días relajantes en un balneario, con masajes, parafangos y parafinas, con aguas que curan y calientan, con sonidos que seducen y calman. Pues bien, como no siempre hay tiempo (y dinero) para largas curas, ¿qué tal con una caminata curativa que tiene un poco de todo lo anterior descrito?
Os proponemos un bonito paseo por el balneario -natural- de Montanejos, un paseo, que nos lleva por el río Mijares y sus aguas con unas reconocidas propiedades mineromedicinales para finalmente adentrarnos en un imponente desfiladero. ¿Los únicos acompañantes? El sonido del agua, el canto de los pájaros y quizás, si hay suerte, el chillido enfadado de algún que otro animal no muy acostumbrado a visitas de forasteros. Al final llegaremos a un pequeño paraíso natural que impresiona por su biodiversidad y su estado salvaje.
Imprescindible para mentalizarse al inicio de esta caminata curativa: meter la mano en el río Mijares a su paso por Montanejos. Ahora, en invierno, sus aguas con una temperatura constante de unos 25 grados sorprenden aún más y parece increíble que gracias a unas fuentes termales todo un río se convierta en una agradable bañera. No sólo calentita, sino también muy aconsejable para sanar enfermedades relacionadas con el aparato digestivo, el riñón o la piel. Propiedades curativas que convencieron ya a romanos y árabes y finalmente -hace ahora ya 150 años- hicieron declarar las aguas de las Fuentes de los Baños de Montanejos de utilidad pública.
Rodeado de varios picos de casi 1.000 metros de altura, Montanejos es tierra de manantiales, barrancos y profundos precipicios. Caminando desde las Fuentes de los Baños en dirección a los Estrechos, también llamados «Congosto de Chillapájaros», se puede disfrutar de unos paisajes con paredones de caliza de varios cientos de metros, una naturaleza exuberante, aguas de río cristalinas -a veces azules, a veces turquesas- y un seductor silencio. Es terreno de pocos caminantes y de escaladores intrépidos que vienen de toda Europa para disfrutar de las vías con nombres tan sugerentes como «Sobredosis de pasión».
Para los mortales en busca de sosiego, el paseo invita a una pequeña pausa en el mirador natural de las Faldas de Rufino con su peculiar cueva, a disfrutar de las vistas hacía los Estrechos desde la misma presa o simplemente buscarse un bonito rincón para observar la flora y fauna. Es el momento para seguir el rumbo de los cormoranes, captar unos instantes en la vida de unas huidizas cabras montesas, ponerse ojo a ojo con un sapo gigante, admirar el vuelo de unas águilas…
Y ya está. Efecto curativo cumplido. Relax gratuito, pulmones llenos de aire fresco y la mente despejada. Y si ahora, camino de vuelta, el sol bañara las aguas del río Mijares con esa luz tenue de una tarde de invierno…
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